dimecres, 14 de gener del 2009

Sácame la etiqueta, por favor.


Dice mi madre que quise nacer muy rápido para lo lento que soy. La verdad es que es un comentario gracioso sin más importancia, que de cuando en cuando me lo deja ir y yo desde muy pequeño, lo acepté. Posiblemente encontremos miles de casos parecidos al mío, que sin mala fe conducen a creer que somos de una forma u otra, sin que uno mismo haya elegido como quiere ser realmente. A quién le llaman torpe varias veces acaba asumiendo que lo es, y quién según los medios de comunicación es un gran político, también lo acaba siendo.
Quién no recuerda de pequeño el orejudo de la clase, el de la nariz grande o el bajito. Es en esa edad donde a la mayoría de nosotros nos crucifican de una forma u otra, haciendo resaltar sus defectos físicos y psíquicos. Es ahí en nuestra más tierna infancia donde nos catalogan y nos separan en función del círculo donde nos encontremos. Mientras, como comentaba antes, continua el etiquetaje familiar, ellos destacan nuestras virtudes y nuestras limitaciones, como en mi caso el ser lento y torpe lo adopté al sentir la voz de alguien que estaba por encima de mí jerárquicamente. Hasta que un día observé que todo aquello había estado enzarzado en mi mismo sin darme cuenta, ahí metido sin que nadie le diera permiso, sólo eran palabras, nada más.
Cuando estas en silencio y tu mente te describe, observas todo aquello que más te gusta y eso que tanto desearías cambiar. Es ahí, en ese preciso instante donde conviene pensar, si él puede cocinar, yo también.