divendres, 16 d’octubre del 2009

Perfección, maldita perfección.


Quizá uno de los términos más abstractos y complicados para describir sea la perfección. Cada uno de nosotros, en su medida, la persigue, la sueña y la codicia, añadiéndose metas en su día a día y fijándose superficialmente en otros para adoptarla en uno mismo. Son las miles de imágenes que captamos y quedan grabadas en nuestro subconsciente las que nos guían a seguir unos modelos que nos auto prefijamos. Es en nuestra vida cuotidiana donde todas esas imágenes que recibimos interactúan para figurarnos nuestro propio modelo de ser perfecto. Pudiera ser que ella residiera en uno de nuestros amigos, actores favoritos o personajes mediáticos que tantas veces vemos en el televisor. Su imagen nos recrea la perfección, y al compararla con la nuestra nos genera un vacío interior al imaginar que, al no ser como ellos, somos inferiores. Como en otras tantas cosas, olvidamos que el ser humano es igual en su especie, todos tenemos manos, dedos, pies…aunque algunos seamos de un color diferente y tengamos características distintas. En su esencia, la humanidad como tal, se forja en la igualdad. Pero en la superficialidad el sentimiento de humano reside en quien es mejor que otro olvidando por completo que cada uno de nosotros es perfecto en su manera.